Mostrando entradas con la etiqueta Monasterio. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Monasterio. Mostrar todas las entradas

martes, 12 de abril de 2022

Celebración del Triduo Pascual en el Monasterio

Los días 14, 15 y 16 de abril estamos invitados a unirnos a la comunidad de religiosas para la celebración de los Santos Oficios y la Vigilia Pascual, que tendrá lugar en el Coro de la clausura del Monasterio.
Jueves Santo y Viernes Santo: 16,30 h
Sábado Santo – Vigilia Pascual: 22,30 h

lunes, 11 de abril de 2022

Nuestra iglesia

Cuántas veces habremos oído a gente decir cuando entra en “nuestra“ iglesia, qué bonita, qué recogida….Y es que es verdad, tenemos un iglesia muy especial, no solo por la originalidad de su forma, por los juegos de luces que hace el sol en su recorrido diario, o por el cariño con el que la cuidan las hermanas.

En 1777, las hermanas Bernardas cistercienses que habitaban el monasterio, escriben al rey, Carlos III, para informarle que su monasterio, está en ruinas y casi derruido, y aludiendo al patronato Real que tienen desde su fundación en 1596, le solicitan una reforma del mismo. El monarca encarga a su arquitecto real, Francisco Sabatini, los planos de un nuevo monasterio y en 1780 comienzan las obras.

Se trata de un obra neoclásica, algunos la consideran el más claro exponente del arte neoclásico en España, y motivos no les faltan. Las líneas rectas y la sobriedad son las características principales del exterior del edificio, que lo que busca es su presencia urbana en la ciudad. 

La fachada de la iglesia, presenta una decoración de placas lisas y molduras rectilíneas, que intentan dar movimiento y perspectiva al conjunto. Sobre el dintel de la puerta, dentro de una hornacina vemos una escultura de Santa Ana, que data del siglo XVI, que se cree que procedía del primitivo convento. El frontón que corona la fachada, lleva en el tímpano, las Armas Reales, aludiendo a ese patronazgo real que la congregación tenía desde la fundación.

Ya en interior, nos llama la atención, su “forma”, su planta, contrastado con esa decoración rectilíneo influencia del estilo herreriano, tenemos un templo con planta elíptica, muy de moda en la época en la Italia de arquitectos como Borromini. Está organizado, con pilastras de orden toscano, que sujetan un entablamento que es el origen de la cúpula ovalada y abierta con óculos y coronada por una linterna, para dar luminosidad y claridad al interior. La capilla mayor, de planta cuadrada, se corona con cúpula también, y se conecta con la elipse de la nave a través de un gran arco, que sobrepasa el entablamento, logrando así la conexión entre la elipse y el cuadrado. Este juego de figuras geométricas, le dan a la iglesia un carácter barroco típico del estilo borrominesco, que después se culminará con la decoración neoclásica típica de esa época en España.

En el lado de la Epístola de la capilla mayor, se abre el coro, con una sillería de estilo neoclásico. A lo largo de la elipse de la nave se abren seis hornacinas (tres a cada lado) separadas por pilastras toscanas, donde se abren sendos retablos decorados siguiendo la línea de la iglesia, con frontones curvos y rectos aleatorios, y pilastras jaspeadas, cubiertas de mármol verde y pan de oro. En estos retablos, vemos otra de las grandes joyas de “nuestro“ convento, los cuadros de Francisco Bayeu, en el lado del Evangelio (lado izquierdo) y los otros tres de Francisco de Goya en el lado de la Epístola (lado derecho) con representaciones de santos de la orden cistercienses. En el retablo mayor de la iglesia, vemos un conjunto escultórico, de San Joaquín y Santa Ana, que data del siglo XVIII, dentro de una hornacina, situada en medio de cuatro columnas corintias, que sujetan un gran entablamento.

La unión de todo esto, hace que este conjunto arquitectónico, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en 1955, sea tan especial, y sobre todo para nosotros los cofrades del Santo Entierro, un lugar que llama al recogimiento y la oración.

Lara González Alonso                

domingo, 13 de marzo de 2022

Ha fallecido Sor Nieves

Sor Nieves González Pérez entregó su alma a Dios el 12 de marzo de 2022, acompañada de sus hermanas. Llevaba un año en cama. 

Ella tuvo una vida singular. Nacida en Monasterio de Vega, provincia de Valladolid, en 1933, desde pequeña creció con las Hijas de la Caridad al quedar sin padres, haciendo honor a su nombre de pila Marcelina. Allí aprendió pintura, música y bordado.

Ingresó joven en el monasterio benedictino de su pueblo. Salió cuando lo cerraron, para posteriormente ingresar en nuestro Monasterio de San Joaquín y Santa Ana. De joven trabajó en la despensa, de organista y pintó algún cuadro.

En 1966 decidió salir y, tras unos años, volvió a las Benedictinas para volver a nuestra casa en 1999. Entonces, se dedicó al archivo, a escribir libros y fue organista. Tenía ganas de organizar fiestas y recitar poesías; tenía una gran memoria.

Vivió con paz la enfermedad. Fue una buena enferma, no era dada a quejarse, guardaba en ocasiones su sonrisa.

Dios le conceda el eterno descanso.

La encomendamos a vuestras oraciones.

viernes, 1 de octubre de 2021

Encontrada una espina de la corona de Cristo en Santa Ana

-Según ha publicado El Norte de Castilla

-Se encontraba en un relicario conservado en el Monasterio de San Joaquín y Santa Ana


martes, 23 de marzo de 2021

La experiencia vital en estos momentos del COVID-19

Esta situación de pandemia es tan extraña que nunca antes lo hubiésemos imaginado como posible en nuestras vidas, aun poniendo la mejor voluntad, persiste el estupor, se necesita tomar acopio de buen ánimo para la travesía del desierto, con baches de dolor y malestar por la situación, por la muerte de tantos, por las noticias de conocidos que nos dejaban.

Ante todo, nos ha hecho reflexionar y ver que todo lo que sabíamos, quedaba claro: el dinero las cosas materiales de repente perdían valor frente a hechos espirituales como la familia, los vínculos afectivos, la necesidad de ayudarnos unos para con otros. Para nuestra sorpresa, vimos como todos los hombres se veían obligados a vivir una cierta clausura en sus casas, o sea el confinamiento, para nosotras no ha sido difícil, es nuestra vida lo de siempre, aunque vivida con más pureza o intensidad volvimos a vivir solas y a solas con Dios.

En el inicio, ha sido como una especie de retiro continuo, sin contacto con el exterior, en una experiencia que nos hace entender la clausura como medida de protección de salud para nuestros cuerpos, lo que antes era de salud para nuestras almas. Con sorpresa vimos que los hombres podían vivir en Clausura, aunque con dolor y cansancio.

Este tiempo ha recalcado la necesidad de interceder por los otros; algo que siempre hacemos, ahora se hacía más intenso o necesario. La regla invita a tener presente la muerte cada día y esto se ha hecho una realidad. Hemos conocido de primera mano que estamos de paso en esta vida y en cualquier momento podemos partir.

Hemos sentido la necesidad de estar informadas, de hacernos presente, de recordar aquellos que trabajaban. Así nos apuntamos a la campaña “yo rezo por ti”; cada monja quedaba asignada para rezar por personas concretas que luchaban en primera línea, cada día hemos rezado por esas personas cercanas a la tragedia.

En octubre del año pasado, el virus entró en nuestra casa, de una manera involuntaria. Rápidamente nos avisaron, nos hicieron la prueba del positivo en casa, estábamos asustadas y nerviosas. De principio solo un positivo, la juniora Ana María, que quedaba confinada en la hospedería. Allí la llevábamos la comida con precaución y nulo acercamiento. Pero a los dos días dieron positivo, sor Natividad, asintomática, quien se recluyó en la habitación, sor Nieves, luego fue Perpetua, la Madre Celeste y por último yo, sor María Luisa. De todas, quién peor lo pasó fue la madre superiora; cuando vimos la gravedad, llamamos y tardaron en acercarse para hospitalizarla. Gracias a Dios, su situación mejoró y pudo volver a casa. Sor Nieves también fue ingresada y volvió sin fuerzas, sin estabilidad.

Desde entonces, esta situación no ha parado, por desgracia. Últimamente, rehuyo ver noticias, que en todo caso son malas, y que es un goteo de saber de personas conocidas sanas que poco a poco pasan por situaciones críticas, que van enfermando inesperadamente de COVID o no, de dolencias muy graves con desenlaces fatales. La muerte parece tener mucho trabajo, quizá ahora viene a la memoria el Cristo Yacente, imagen de Cristo inerte, sin vida; la muerte es un paso ineludible para todos nosotros; quizá lo mejor sea recordar la definición de Martín Descalzo, que la escribió en su libro testamento del Pájaro solitario. Cito de memoria:

Morir solo es morir, morir se acaba
es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba
ver el amor sin enigmas ni espejos.


Decía San Bernardo que Cristo, que fue nuestro Camino durante la Vida, se convertirá también en nuestro premio después de la muerte.

Que Dios conceda su descanso a los fallecidos, y a los vivos nos conceda vivir más auténticamente unidos a Él.

Sor María Luisa de Antonio

lunes, 30 de marzo de 2020

Nuestra querida plaza

Si preguntamos dónde se encuentra la Plaza de la Trinidad seguro que nos remiten a la plaza donde está ubicada actualmente la biblioteca de Castilla y León, el monasterio de San Quirce y Santa Julita y la iglesia de San Nicolás. Muy poca gente sabe que la primitiva plaza de la Trinidad fue nuestra querida Plaza de Santa Ana.

De los 90 años de existencia de la cofradía del Santo Entierro, 85 han estado vinculados estrechamente a la plaza de Santa Ana, por ser ésta la ubicación del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana de las bernardas cistercienses y su sede canónica.

En este largo período de tiempo la plaza ha sido testigo mudo de nuestra pequeña historia y, de una u otra manera, ha sido el marco físico en el que se ha desarrollado la parte pública de la vida de la cofradía, no sólo porque de ella parten todas nuestras salidas procesionales, sino, sobre todo, por acoger, desde el año 1991, uno de los actos más recoletos e íntimos de la Semana Santa de Valladolid, en concreto el traslado de nuestro titular, el Cristo Yacente, en la noche del Sábado Santo desde la iglesia a la clausura del monasterio.

Pero la plaza también tiene vida propia a lo largo del resto del año, y así ha sido desde la baja edad media. No se conservan muchos documentos que atestigüen su origen. Buceando en los textos que los historiadores locales, sabemos que en el siglo XV ya estaba constituida con un perímetro semejante al actual, con una forma más o menos trapezoidal.

Al estar emplazada entre la Plaza Mayor, lugar donde por excelencia se desarrollaba la vida pública de la entonces villa y posterior ciudad, y la iglesia de San Lorenzo, sede de la venerada Virgen de San Lorenzo, patrona de la ciudad, era un lugar transitado, ya que la población utilizaba para este desplazamiento la calle de la Pasión, porque acceder por la actual calle de San Lorenzo era más incómodo al tener que sortear la Esgueva que por aquel entonces discurría, en su ramal norte, por la Plaza del Poniente.


Por aquella época se la conocía como Plaza de la Trinidad, por ubicarse en ella el convento de los trinitarios descalzos, ocupando un solar enorme desde la esquina de la Calle María de Molina, antigua calle de Aguariza, Guariza, Boriza, pues todas esas denominaciones ha tenido, hasta la ribera de la rama sur de la Esgueva en la actual calle Doctrinos. El convento fue arruinado al ser ocupado como cuartel por las tropas los franceses en la guerra de la independencia, sufriendo un pavoroso incendio en 1809, desapareciendo definitivamente como consecuencia de la desamortización de Mendizábal.

Las reverendas madres cistercienses bernardas se establecieron en esta plaza al trasladarse desde el monasterio de Perales, en Palencia, a unas viviendas propiedad de D. Antonio de Salazar, que adaptaron a la vida monacal, consagrando su nueva iglesia en 1596. No fue fácil conseguir la autorización de las autoridades locales para permitir su asentamiento, al contar con la firme oposición de los monjes trinitarios.

Es creencia común que al desaparecer el convento de los trinitarios calzados la plaza adquiere su denominación actual, pero en el plano de Valladolid de 1778, en plena construcción del actual monasterio de San Joaquín y Santa Ana, ya figura este espacio con la denominación de Plazuela del Real Monasterio de Santa Ana, siendo en 1843 cuando ya pasó a denominarse Plaza de Santa Ana.

Por su proximidad al centro histórico de la ciudad, zona de la Plaza Mayor, Iglesia de Santiago e Iglesia de San Lorenzo, ha sido asentamiento de viviendas de familias acomodadas. A modo de ejemplo, es conocido que  en el tramo comprendido entre la calle Zúñiga y la Calle María de Molina tenían su vivienda palaciega los Boninseni, rica familia de comerciantes italianos. Con motivo de la construcción del actual monasterio, el Ayuntamiento remodeló la plaza. La casa porticada que hace esquina a la calle de San Lorenzo fue testigo de esta remodelación, que incluyó mejora en su pavimentación, reformándose el empedrado.

Pese a estar presidida la plaza por un monasterio de clausura, ha sido un lugar bullicioso. Era paso obligado para pasear por el paseo del Espolón, paralelo a la ribera del Pisuerga y lugar de esparcimiento de la población. Está documentada en actas del Ayuntamiento que en 1843 era terminal de numerosas diligencias que conectaban la ciudad con distintos puntos del reino. La ubicación del hotel Inglaterra, adosada al costado izquierdo del Monasterio, y de la pensión la Burgalesa, en el inicio de la calle de la Pasión, no fue ajena al trasiego de forasteros en la plaza.

En la actualidad es una plaza tranquila, peatonal en gran parte, que pese al cambio que supuso, a fines de la década de los setenta del pasado siglo, el cambio en su fisonomía derivada de la sustitución de un edifico singular de bajo y dos plantas, que perfectamente podía hacer sido rehabilitado, por el nuevo edificio retranqueado de siete alturas actual, en un deseo de hacer más amplia la calle María de Molina. A pesar de ello, ha corrido mejor suerte que otros lugares emblemáticos de nuestra ciudad como la Plaza de San Miguel, o la del Rosarillo que han quedado tristemente desfiguradas por la especulación inmobiliaria y el escaso respeto y consideración por la ciudad histórica.

                                                                                               Fernando Martín Pérez
             


Archivo Municipal: Plano Ventura Seco Valladolid 1738

miércoles, 6 de junio de 2018

La Virgen de la Merced intramuros

La importancia que tuvo la Orden de la Merced en la ciudad de Valladolid a través de sus conventos históricos de religiosos mercedarios, calzados y descalzos, debió ser bastante grande. La influencia que ejerció en la sociedad y en los ambientes de la ciudad del Pisuerga imaginamos que fue notable. Prueba de ello son una serie de imágenes de la Virgen de la Merced o de las Mercedes que se hallan diseminados por los distintos templos vallisoletanos, baste citar algunas: además de las custodiadas en el Museo Nacional de Escultura, encontramos imágenes de la Redentora de Cautivos en La Magdalena, cuya imagen gemela vimos recientemente en la Iglesia de San Miguel, de Arévalo (Ávila); en San Juan, en El Salvador, en San Lorenzo, hoy repintada como de El Carmen; en el Rosario del barrio de La Rubia… También en los claustros de los monasterios de la ciudad castellana se respiraba devoción mercedaria, hasta nuestros días han llegado las siguientes imágenes de la Merced intramuros: en las Descalzas Reales, en las Isabeles, y en un monasterio del que vamos a tratar a continuación, el Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana, de Monjas Bernardas.

La fundación del citado Monasterio data del año 1596, fecha en que se decide el traslado a Valladolid de la comunidad de Monjas Recoletas de San Bernardo, cuyo cenobio había sido fundado en 1161, en las cercanías de la población de Perales, en la actual provincia de Palencia. Con el correr de los siglos, el estado del monasterio vallisoletano hizo que las monjas solicitaran a la Corona la reconstrucción total del edificio monástico, dada su condición de fundación real, su petición no se hizo esperar. Así está el magnífico monasterio, de óptima factura y bella hechura, declarado Monumento Histórico Artístico ya en 1955. El edificio es una excelente obra neoclásica diseñada por Francisco Sabatini, arquitecto real de Carlos III. Según algunos es el exponente más claro, limpio y definido de todo el neoclasicismo español. Capítulo aparte merece su iglesia, en su portada exterior articulada por un solo orden de dobles pilastras se dispone la escultura de Santa Ana, está fechada en el siglo XVI. El interior es sorprendente, no en vano está considerada como la obra más importante de Sabatini, presenta una caracterización muy particularizada, de gran calidad arquitectónica: planta centralizada o planta elíptica de pequeñas dimensiones cubierta de cúpula trasdosada con cubierta. En los retablos tres pinturas de Goya, de temática religiosa, muy personales, sensacionalistas, intimistas. Junto a ellas, otras tres de su cuñado, Ramón Bayeu.

La iglesia junto a antiguas dependencias monásticas, adaptadas para exponer diversas colecciones de arte, forman parte del Museo de San Joaquín y Santa Ana. El recinto, inaugurado el 14 de enero de 1978, sorprende a cuantos se adentran en sus salas y descubren la calidad de cantidad de las obras expuestas: esculturas de Gregorio Fernández, Pedro de Mena o Luis Salvador Carmona; escaparate de cera napolitano del siglo XVI, pintura italiana, complementado todo con tapices, grabados, pinturas, baúles, vestidos femeninos del siglo XIX, y con una numerosa muestra de antiguas imágenes de vestir del Niño Jesús y una magnífica colección de casullas, dalmáticas, capas, bordados y otros ornamentos litúrgicos de los siglos XVI al XVIII.

De entre todas las obras expuestas hay una que llama poderosamente la atención, se trata de una talla de la Virgen de la Merced, arrebatada de la clausura y traída al museo. Obra emblemática, tanto por su historia como por su arte y por cuanto representa para el monasterio y para sus monjas. Aunque deja entrever su hechura gótica, se empeñan en catalogarla como de estilo románico-bizantino, del siglo XII, con notables mutilaciones y modificaciones en los siglos posteriores. Esta Virgen de la Merced, a pesar del destacado patrimonio que posee el museo, tiene una importancia máxima ya que es una de las pocas piezas que se trajeron las monjas del monasterio de Perales, cuando se trasladaron a Valladolid, contando con la aprobación del papa Clemente VIII y la intercesión del rey Felipe II. Considerada en aquellas calendas como Virgen “muy milagrosa”. Prodigios y milagros dignos de ser contados por aquel rey sabio de nombre Alfonso en sus Cantigas de Santa María o por aquel clérigo de Berceo, en sus Milagros de Nuestra Señora. Venerada originariamente como Nuestra Señora de la Serrada tornó su advocación por el de las Mercedes. Cuenta la tradición que una vez que llegaron las monjas a Valladolid, decidieron poner nombre a aquella tan querida imagen. Para ello metieron en un pequeño saco diversas papeletas con distintas advocaciones de la Virgen, escogiendo una al azar, salió elegida el de la Merced. La Virgen mercedaria ganó rápidamente el corazón de las monjas bernardas, hasta el punto de declararla patrona de su monasterio. Ubicada en el coro bajo, acompañaba a las religiosas en sus rezos y ceremonias. Con el tiempo se hizo un rico ajuar de alhajas: corona y rostrillo de plata, muchos y costosos mantos bordados en tisú de plata, con motivos filipinos, etc. Entorno a ella surgieron una serie de tradiciones y devociones que venían a romper la monotonía monástica en el lento devenir de sus días, ceremonias muy típicas de las clausuras femeninas; entre otras, la que realizaban al elegir una nueva abadesa o reelegir a la ya existente: durante ocho días la Virgen de la Merced ocupaba el sitial de la abadesa, bajo dosel y ricamente ataviada, allí simbólicamente recibía las llaves del monasterio con el fin de que protegiera con su patrocinio a toda la comunidad. La festividad de la Merced, cada 24 de septiembre, era solemnemente celebrada, precedida de una novena, ese día las monjas tenían una comida extraordinaria, dentro de la austeridad en la que vivían.


Iconográficamente, esta imagen de la Virgen de la Merced corresponde a la representación como Madre de Dios o Teotokos. Sedente en su trono, con el Niño en sus rodillas, hoy bastante deteriorado y separado de la Madre. Entronca así con el mismo modelo que sigue la primitiva Virgen de la Merced de Barcelona. Es una talla de madera de un solo tronco, lo que explicaría su hieratismo y delgadez. Una postura rígida fruto de la adaptación del escultor a la única pieza de madera que utilizó. Ahuecada en su interior e inacabada planamente en toda su parte trasera con el fin de encajarla en la hornacina que ocupó. Presenta un punto de vista frontal y no es, por tanto, imagen procesional. Su rostro presenta facciones suaves y mirada limpia, con ojos almendrados de rasgos orientales; sus labios intentan esbozar una leve sonrisa. Provista de túnica y capa en su cuerpo y de toca en la cabeza, dejando entrever parte de su cabello. Poseía corona tallada en la madera pero fue recortada con el fin de encajar la corona de plata que portó en el momento que pasó a ser imagen de vestir. La policromía es muy llana. La toca que cubre la cabeza tiene un tono blanquecino casi grisáceo; la capa está dorada al agua; la túnica pintada de un azul oscuro bastante plano, esparcidas por la misma hay unas pequeñas flores, algo toscas, casi sin definir; y las chinelas que calza, al modo de las damas medievales, están también doradas al agua.


La imagen sufrió notables transformaciones y mutilaciones a lo largo de la historia. Entre los postizos que poseen están los ojos de cristal y las grandes piedras de cristales de roca que tiene cerrando su capa, a modo de broches ahuecados, es posible que hayan albergado reliquias. La base de la escultura, de madera de pino, tampoco es la original. Pero acaso sean las manos añadidas lo que más desentone con el estilo de la imagen. Llama poderosamente la atención la posición ortopédica de las mismas. Es un añadido que puede datarse en el siglo XVIII, momento en que la imagen pasa a ser de vestir. Hemos de tener en cuenta que al ser vestida tan solo serían visibles el rostro y las manos.

De este modo tan singular es como podemos contemplar hoy la imagen despojada de sus vestiduras y un tanto desangelada. Las monjas siempre han cuidado de ella con mucho mimo. Ahora, recelosas de que una intervención agresiva desvirtúe la imagen, mantienen así la talla aguardando a que una acertada restauración devuelva a su Virgen de la Merced su primitivo esplendor. Su valor artístico e histórico es grande. Es una de las imágenes marianas más antiguas de Castilla y León; y, sin duda, una de las más antiguas de cuantas se han venerado bajo el nombre de la Merced.

 Mario Alonso Aguado

miércoles, 28 de marzo de 2018

Celebración del Triduo Pascual

Los días 29, 30 y 31 de marzo  nos uniremos a la comunidad de religiosas para la celebración de los Santos Oficios y la Vigilia Pascual. Que tendrá lugar en el Coro de la clausura del Monasterio:
Jueves Santo y Viernes Santo: 16,30 h
Sábado Santo – Vigilia Pascual: 22,30 h

El Santo Cristo Yacente en Santa Ana

Así recibe el Santo Cristo Yacente a los que le quieran visitar en la iglesia del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana.

El Santo Cristo aparece sobre sus nuevas andas que, si Dios quiere, estrenaremos este Jueves Santo en la procesión del Verum Corpus.

lunes, 26 de marzo de 2018

Una reflexión con “los Novísimos”

Quería compartir con vosotros una reflexión para estos días de Cuaresma, que nos ayude en este peregrinar hacia la Pascua. Para ello voy a tener presente la obra denominada “los Novísimos”.
   
La muerte nos coloca siempre en la encrucijada. Fin de un trayecto e inició de otro que, por desconocido, nos angustia e inquieta. Pero hasta llegar a ese día tenemos mucho recorrido que hacer, y como peregrinos tenemos que andar.


  https://twitter.com/MSJSAvalladolid
Los Novísimos. Museo de San Joaquín y Santa Ana. Una curiosa rareza del museo. Se trata de un escaparate de cera, napolitano, del siglo XVII, que representa la Gloria, el infierno, la muerte y el juicio final 

Nuestro titular, el Cristo Yacente, nos ayuda con su testimonio de vida a saber cómo imitarle. Él, antes de morir en la cruz, tuvo que sufrir pequeñas muertes: nacer de María, es decir, hacerse hombre; nacer en Belén, huir de Herodes, etc. En todo: hacer la voluntad del padre. Y eso supone siempre morir a nosotros mismos, morir a nuestros criterios, a nuestra voluntad, pero siempre buscando un bien mayor. Es dejar espacio, vaciarnos de nuestros condicionamientos para llenarnos de Él. Así nos dirá Jesús “… Lo que hicisteis con uno de esos mis  humildes hermanos conmigo lo hicisteis” (Mt. 25, 31-46). Sembremos a nuestro paso amor, alegría, comprensión, paciencia, aceptación del que es distinto; así podremos llegar al juicio con la confianza de haber hecho lo que el Maestro nos ha enseñado, porque no nos corresponde a nosotros enjuiciar las actuaciones de nuestros hermanos, sino sembrar amor. Ser luz que ilumine el camino de todos aquellos que entren en contacto con nosotros

El infierno será el desviarnos del verdadero camino que conduce a la Vida. Y la Vida, el cielo, lo tomaremos cuando nuestras vidas estén en sintonía con la enseñanza del Maestro.

Cuando contemplemos esta Semana Santa al Cristo Yacente, cuando le acompañemos en las procesiones, meditemos y pensemos en lo que Él fue capaz de padecer por cada uno de nosotros, y preguntémonos por lo que yo estoy haciendo por Él.

Muerte-Juicio-Infierno-Cielo. Cuatro realidades que os invito a reflexionar en esta Semana Santa.

Sor Teresa de Antonio

lunes, 24 de julio de 2017

Misa de San Joaquín y Santa Ana

El próximo miércoles 26 de julio, festividad de San Joaquín y Santa Ana, acompañaremos a las religiosas cistercienses en la Eucaristía que celebrarán en honor de sus titulares. Será a las 20 h en el Monasterio. Os esperamos a todos.


sábado, 25 de marzo de 2017

Toma de hábito

Esta tarde hemos asistido a la toma de hábito de la hermana Ana María, a quien enviamos la enhorabuena en nombre de la Cofradía.






martes, 15 de noviembre de 2016

Visita teatralizada al museo

El pasado viernes los cofrades tuvimos la oportunidad de hacer la visita teatralizada al Museo de San Joaquín y Santa Ana. Aunque la mayoría ya conocíamos el museo, esta es otra forma de visitarlo y de admirar sus importantes obras de arte. Una nueva manera de apreciar y saborear lo que tenemos tan cerca.








miércoles, 18 de mayo de 2016

Acuerdo para el Museo

Buenas noticias para el Museo de San Joaquín y Santa Ana, con este acuerdo institucional. Esperemos que pronto dé sus frutos.

El Día de Valladolid

El Mundo de Valladolid