martes, 23 de marzo de 2021

La experiencia vital en estos momentos del COVID-19

Esta situación de pandemia es tan extraña que nunca antes lo hubiésemos imaginado como posible en nuestras vidas, aun poniendo la mejor voluntad, persiste el estupor, se necesita tomar acopio de buen ánimo para la travesía del desierto, con baches de dolor y malestar por la situación, por la muerte de tantos, por las noticias de conocidos que nos dejaban.

Ante todo, nos ha hecho reflexionar y ver que todo lo que sabíamos, quedaba claro: el dinero las cosas materiales de repente perdían valor frente a hechos espirituales como la familia, los vínculos afectivos, la necesidad de ayudarnos unos para con otros. Para nuestra sorpresa, vimos como todos los hombres se veían obligados a vivir una cierta clausura en sus casas, o sea el confinamiento, para nosotras no ha sido difícil, es nuestra vida lo de siempre, aunque vivida con más pureza o intensidad volvimos a vivir solas y a solas con Dios.

En el inicio, ha sido como una especie de retiro continuo, sin contacto con el exterior, en una experiencia que nos hace entender la clausura como medida de protección de salud para nuestros cuerpos, lo que antes era de salud para nuestras almas. Con sorpresa vimos que los hombres podían vivir en Clausura, aunque con dolor y cansancio.

Este tiempo ha recalcado la necesidad de interceder por los otros; algo que siempre hacemos, ahora se hacía más intenso o necesario. La regla invita a tener presente la muerte cada día y esto se ha hecho una realidad. Hemos conocido de primera mano que estamos de paso en esta vida y en cualquier momento podemos partir.

Hemos sentido la necesidad de estar informadas, de hacernos presente, de recordar aquellos que trabajaban. Así nos apuntamos a la campaña “yo rezo por ti”; cada monja quedaba asignada para rezar por personas concretas que luchaban en primera línea, cada día hemos rezado por esas personas cercanas a la tragedia.

En octubre del año pasado, el virus entró en nuestra casa, de una manera involuntaria. Rápidamente nos avisaron, nos hicieron la prueba del positivo en casa, estábamos asustadas y nerviosas. De principio solo un positivo, la juniora Ana María, que quedaba confinada en la hospedería. Allí la llevábamos la comida con precaución y nulo acercamiento. Pero a los dos días dieron positivo, sor Natividad, asintomática, quien se recluyó en la habitación, sor Nieves, luego fue Perpetua, la Madre Celeste y por último yo, sor María Luisa. De todas, quién peor lo pasó fue la madre superiora; cuando vimos la gravedad, llamamos y tardaron en acercarse para hospitalizarla. Gracias a Dios, su situación mejoró y pudo volver a casa. Sor Nieves también fue ingresada y volvió sin fuerzas, sin estabilidad.

Desde entonces, esta situación no ha parado, por desgracia. Últimamente, rehuyo ver noticias, que en todo caso son malas, y que es un goteo de saber de personas conocidas sanas que poco a poco pasan por situaciones críticas, que van enfermando inesperadamente de COVID o no, de dolencias muy graves con desenlaces fatales. La muerte parece tener mucho trabajo, quizá ahora viene a la memoria el Cristo Yacente, imagen de Cristo inerte, sin vida; la muerte es un paso ineludible para todos nosotros; quizá lo mejor sea recordar la definición de Martín Descalzo, que la escribió en su libro testamento del Pájaro solitario. Cito de memoria:

Morir solo es morir, morir se acaba
es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba
ver el amor sin enigmas ni espejos.


Decía San Bernardo que Cristo, que fue nuestro Camino durante la Vida, se convertirá también en nuestro premio después de la muerte.

Que Dios conceda su descanso a los fallecidos, y a los vivos nos conceda vivir más auténticamente unidos a Él.

Sor María Luisa de Antonio

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