miércoles, 24 de marzo de 2021

Silencio de sentimiento y lágrima


La Semana Santa de 2019, fue una de esas muchas, en la que los cofrades y fieles nos pasamos los días mirando el cielo, intentando levantarlo como los campesinos castellanos de aquella cita de nuestro ilustre vecino D. Miguel Delibes.

De una media semana de bonanza nos encontramos de golpe con una media semana final totalmente caótica. Suspendiendo, acortando recorridos, corriendo en muchos casos. Así que cuando ese Sábado Santo a pesar del fresquillo primaveral, los hermanos del Santo Entierro abren las puertas de la iglesia y la planta procesional sale a la calle, casi casi no nos lo podíamos creer.

Si a un amante de nuestra Semana Santa y además fotógrafo, aficionado y de los de acera, se le presenta la oportunidad, el privilegio y el honor de poder presenciar e intentar plasmar con su objetivo uno de los actos más íntimos de cualquier cofradía, evidentemente no se lo piensa dos veces. Y si ese privilegio ocurre en una cofradía a la cual se tiene un cariño especial, pues qué mejor experiencia.

Encontrar la belleza hasta en lo más oscuro, en lo más profundo del dolor humano, es una de las características de la fotografía. Donde las palabras son incapaces de definir ese dolor humano, una imagen puede conseguir el milagro. El patetismo, la teatralidad, la estética, la fe, el fervor y la tradición, hacen que la fotografía de Semana Santa cumpla perfectamente esa función personal de remover algo por dentro.

Con toda probabilidad no sea la mejor fotografía salida de mi cámara, estoy seguro. A fin de cuentas no soy más que un aficionadillo que de mil disparos, una toma curiosa le queda. Pero lo que si tengo claro es que guarda, si no demasiados detalles técnicos, si muchos detalles que salen de allí dentro. Allí dentro, donde la emoción te descerraja dos tiros, la garganta se te agarrota y las mariposas del estómago te retuercen los intestinos.

El eco de un cornetín tocando a Oración, se pierde en ese momento tan espiritual y humano en el que la imagen del Señor extendido sobre un lecho blanquecino, es introducido por los hermanos de carga en el recoleto zaguán del monasterio.

Quizá la impresión me pudo y no quise interrumpir el silencio, ese silencio de sentimiento y lágrima, tan solo roto por el sonido ronco de la piel de unos tambores destemplados. Quizá perdí la gran foto, pero cuando ves pasar ante ti la imagen yacente de Nuestro Señor, se agolpan en las pocas entendederas que uno tiene, multitud de sentimientos cruzados, de culpabilidad en su mayoría y también de confianza.

Por más que sus ojos, ojos muertos y cadavéricos, pero ojos de ternura, amor y bondad nos sigan mirando y pidiendo clemencia ante tal desatino humano…

Por más que sus rodillas, destrozadas por las caídas de nuestros dislates y sus hombros lacerados bajo el peso de la cruz de nuestros pecados…

Por más que sus manos, reventadas y horadadas por los clavos de nuestras miserias, nuestros egos y nuestros miedos…

Por más que sufra latigazos, golpes, llagas, vejaciones, insultos, humillaciones, oprobio y censura…

Su mirada seguirá meciéndonos, sus rodillas y sus hombros seguirán cargando con nosotros y sus manos seguirán acariciándonos...

Señor, tu nos perdonas, nos ayudas, nos confortas y reconfortas en nuestra singladura vital hasta poder llegar ante el Padre… Demasiado beneficio ante lo absurdo de tu castigo.

En fin, cuando este camino por la senda vírica que nos ha oscurecido nuestro vivir termine, ojalá podamos volver a reencontrarnos y sentir todo ese cúmulo de sensaciones de nuevo. Convencido estoy y rezo por ello.

Alejandro Manuel Berdote Paz

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