lunes, 22 de marzo de 2021

Una reflexión para la procesión del Santo Entierro

Parecería que todo está consumado, que todo termina aquí, que nada más podemos hacer ante Ti, Cristo yacente, como si Tú, en tu postración, en tu condición exánime, resumieras todo lo que ha pasado en estos días. Pero no es así, tu presencia nos recuerda tu muerte, ayer, en la Cruz, muy cerca de aquí, en nuestra plaza Mayor. Pero tu presencia, callada, pálida, quieta, sin un aparente soplo de vida, nos invita a la esperanza, a volver en seguida a la plaza grande y celebrar tu Resurrección.

Pero es pronto, aún no es tiempo de vigilias, sino para recordar, en este lugar mucho más recoleto, en esta placita mucho más íntima, en este lugar que esta tarde-noche invita a la reflexión, a recordar algo de lo mucho que hemos vivido estos días en las calles y en los templos.

Hemos sido muchos, Cristo yacente, los que te hemos acompañado, a Ti y a tu Madre. Te hemos visto recorrer Valladolid en estos días que te llevan, a Ti y a nosotros contigo, de la Pasión a la Muerte y de ésta la Gloria. Te hemos visto entrar triunfal en Jerusalén, te hemos visto encontrarte con tu Madre en distintos momentos y lugares, te hemos visto predicar y estar en animada tertulia con tus discípulos, te hemos acompañado en vuestra Cena, en tu Oración en el Huerto, en tu Prendimiento, en tu enfrentamiento dialéctico con la autoridad civil y eclesiástica.

Hemos visto cómo te flagelaban, cómo te coronaban con espinas. Te hemos visto caminar rumbo al Calvario, hemos vuelto la cara, hemos cerrado los ojos cuando te clavaban en la Cruz que era nuestra redención. Y luego hemos prestado mucha atención cuando nos hablabas, hasta siete veces, mientras agonizabas esperando la muerte para la que el Padre te destinó.

Ahora, te vemos ya con expresión para algunos aún doliente; para otros, de paz, de tranquilidad. Es tu estado, tu pose con la que el escultor quiso regalarnos, una especia de tránsito, no entre la vida y la muerte, sino entre la vida y la vida.

Muy pronto volverás a encontrarte con tu Madre, con los apóstoles; enseñarás tus manos, tus llagas, tus cicatrices, al también humano Tomás, que verá fortalecida su fe.

Y todo volverá a la rutina. Retorna al trabajo, al estudio, a los quehaceres diarios, recordaremos que Valladolid, como aquella Jerusalén de hace dos mil años, ardió, bullió en fiestas. Y, de repente, casi sin darnos cuenta, porque el tiempo pasa muy deprisa, habrás ascendido a los cielos. Y también muy pronto, volveremos a verte en nuestras calles, en la presencia real de tu Cuerpo y de tu Sangre.

Duerme, Señor; descansa en paz, Cristo yacente, que Valladolid, que hoy se asoma a la plaza de Santa Ana, no te va a dar tregua. Valladolid, como España, te quiere, te necesita; y, por eso, yo me atrevo a pedirte que tu sueño sea breve, apenas una siestecita de unas horas, porque pronto queremos verte caminar, resucitado. Porque, si no, nada de lo que estos días hemos celebrado, tendría sentido.

Que así sea.

Ángel Cuaresma, Periodista

Chema Concellón


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