lunes, 26 de marzo de 2018

Vivir o ver morir

Posiblemente la vida de cada ser humano es una experiencia distinta, que debemos afrontar en muy diferentes circunstancias. Desde que nacemos, a cada uno de nosotros nos toca un papel que en la mayoría de las ocasiones no hemos elegido. Particularmente, yo jamás pensé que podía encontrarme inmerso en un momento que nunca olvidaré, como es la procesión del Santo Entierro, de la Cofradía homónima, de nuestra ciudad. No provoqué yo esta circunstancia, ya que fue una invitación personal de la misma Cofradía, honor que nunca podré agradecer suficientemente.

Pero sí puedo y deseo contar que uno de los momentos de emoción contenida, envuelta en un ambiente realmente difícil de explicar, fue el hecho de iniciar la entrada por la puerta del Monasterio de Santa Ana, para la devolución del Cristo Yacente, como es tradición hacer el Sábado Santo en la Cofradía.

De inmediato me vinieron a la memoria recuerdos de mi niñez, cuando asistí por primera vez a la pérdida de un ser querido, jamás lo olvidaré. En el transcurso del recorrido, los pasillos del Monasterio se hacían interminables, por la emoción que se palpaba, en un ambiente jamás vivido por mí, ya que realmente creí estar acompañando a un ser que acababa de morir. El silencio, solo roto por el sonido de un tambor, y la luz tenue de las velas, hacían que todos los pensamientos afloraran, sintiéndome en parte culpable de aquella tragedia ocurrida hace ya tanto tiempo, en la que los hombres fueron capaces de sacrificar a otro hombre llamado Jesús.

Miguel Ángel Soria Ruano

                                             

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