lunes, 26 de marzo de 2018

Una anécdota de la Cofradía

Nuestra Cofradía siempre ha sido muy original. Fuimos los pioneros en Valladolid en portar hachones de luz eléctrica a pilas, que emitían una luz de tonalidad verdosa, en nuestra primera participación en la Semana Santa de 1931. Estos hachones fueron sustituidos por faroles de mano en 1964. Desde entonces siempre hemos portado esos faroles, bien en su versión de cristal convencional con portalámparas eléctrico, como una linterna, o en su versión de caras opacas con la serigrafía de nuestro escudo y portalámparas de cera líquida. Bueno… siempre, siempre, no. Ha habido una excepción.

A principios de los años setenta, me atrevería a decir que fue en la Semana Santa de 1970, recién estrenada la nueva carroza, un cofrade que era comercial y tenía la representación de la marca “Camping gas” propuso a la directiva experimentar un nuevo y revolucionario sistema de iluminación, basado en lámparas de gas. Hasta el momento las cofrades de las diversas cofradías daban luz a los pasos con hachones de vela, de petróleo o eléctricos, pero nunca se había usado como combustible el gas.

Las lámparas de gas eran una versión del lumogaz convencional, que usaban y usan los campistas y los granjeros, adaptadas a modo de hachones. En esencia estaban formados por una bombona de gas, en la que se enroscaba un cuerpo superior que alojaba la parte incandescente (la camisa) y protegido por una bombeta de cristal abierta en su parte superior. Para portarlos se disponía de una lanza o pica que se insertaba en el recinto inferior que albergaba la bombona de butano. Su altura total sería  superior al metro y medio.

Cuando los cofrades vimos aquel invento nos pareció muy revolucionario y nos dispusimos a sacarlos, por primera y única vez, en la procesión de la noche del Jueves Santo al barrio Girón. Pero pronto la alegría inicial se truncó. Eran difíciles de portar. Eran muy pesados, concentrando todo el peso en el extremo superior, por lo que no era muy fácil llevarlos en posición vertical. Además en esa posición estaban muy cerca de los ojos y tanta iluminación resultaba molesta.

Es verdad que daban mucha luz y que el espectáculo de la Cofradía pasando el puente del Poniente tuvo que ser muy vistoso, pero al tiempo eran muy ruidosos por lo que ese año el sonido de las colas de los hábitos quedó subsumido por el de la combustión del gas. Además, no se podían golpear contra el suelo, porque se rompía la camisa incandescente, con lo que el farol se apagaba. Si le golpeabas y temblaba el cristal de la bombeta había peligro de que se desprendiera. Por si fuera poco, emitían mucho calor y era un peligro arrimarlo a los hábitos. Más de un guante quedó chamuscado al acercarlos a la bombeta para comprobar si emitían calor.

Total, que lo que parecía que iba a ser un feliz experimento se convirtió en un suplicio. Nunca se volvió a saber nada de esos hachones de gas, ni tenemos noticia de que llegaran a comercializarse.
               
Fernando Martín Pérez

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