sábado, 11 de abril de 2020

Mi procesión particular del Santo Entierro de Cristo del año 2020

A todos los cofrades y hermanos de mi hermandad del Santo Entierro:

La plaza de Santa Ana estaba repleta de fieles, curiosos y turistas. Todos expectantes ante la inminente salida de la hermandad del Santo Entierro, con su paso del Cristo Yacente.

Y es que desde que fue pedido por el presidente de la Cofradía, a las hermanas bernardas propietarias de la imagen,  allá por el inicio de la Cuaresma, había estado presidiendo el Altar Mayor de la Iglesia Conventual.

Hoy Sábado Santo, en su procesión del Santo Entierro, será devuelto a su lugar, donde reposará 11 meses hasta la llegada de la próxima Cuaresma.

La hora se acercaba. Los hermanos se iban revistiendo, ya estaba todo presto: estandartes, pendonetas, incensario, faroles; y los hermanos de carga, los “Malditos”, daban los últimos retoques a las andas, las flores y las velas… la imagen hermosa del Yacente saldría a la calle un Sábado Santo más.

El presidente, desde el atril del presbiterio, leyó cuidadosamente la planta de procesión: niños cofrades, hermanas de devoción, cofrades en filas, comisarios del Cristo y la imagen de Nuestro Señor en sus andas procesionales con los tambores que marcan el paso. Y por último el sacerdote escoltado por dos miembros de la junta de gobierno, las cofradías hermanas y personalidades distinguidas en la vida vallisoletana.

Todo está dispuesto, el portón conventual se abre, los hermanos van saliendo a la plaza y poco a poco las andas del Cristo se acercan al compás del redoble del tambor, apenas sin mecerse. La  pericia de los hermanos de carga salvan el primer obstáculo hasta llegar justo al dintel conventual.

Se hace el silencio, las emociones y los sentimientos afloran entre el pueblo fiel, y majestuoso al son del miserere, la obra de Fernández sale a las calles de Valladolid.

Salvan tres escalones de piedra y los malditos toman la calle María de Molina. Al paso, poco a poco, en silencio,… silencio roto solamente por el arrastre de las colas de los hábitos penitenciales de sus cofrades.

Sigue sonando el canto gregoriano, al fondo el redoble de los tambores y el sonido de las carracas; la procesión avanza por la calle de  los Héroes de Alcántara, luego giran a Zúñiga y allí esperan a las puertas de Santa Ana.

El público abarrota la vieja plaza vallisoletana, si es hermoso verlo andar en las calles, todavía lo será más verlo por el claustro conventual, pero eso es un privilegio reservado a unos pocos: los cofrades y las hermanas de la comunidad.

Los hermanos forman dos filas a izquierda y derecha, van a escoltar a su imagen, emocionados lo ven pasar a su lado. El Yacente sigue su paso pausado, de costero a costero, para llegar al centro de la plaza; la maniobra de ahora es difícil, lo giran con sumo cuidado y con una gran delicadeza lo portan hasta un pequeño altar.

El capellán de la hermandad hará una pequeña reflexión en torno a la muerte de Cristo y a su posterior entierro, todo sin duda a la espera de la gloria, que en escasas horas llegará.

La matraca se oye, el tambor redobla, los malditos cargan a Cristo sobre sus hombros, pero ya sin andas. Ahora, tres hermanos por un lado y tres por el otro, recrean el Entierro Santo del Señor. Con saber hacer lo portan hasta la antigua escalinata del convento y allí, con maestría, mientras un hermano cofrade interpreta el toque de oración, el Cristo Yacente de Gregorio Fernández, entra en el zaguán conventual.

El resto de hermanos accede al templo, las puertas se cierran, los fieles de la plaza emocionados quieren ver más, pero no podrán, solo les resta el consuelo de conocer a algún cofrade que les cuente la profunda emoción que se vive y se siente dentro.

Y es que en el interior del convento, solo con la luz de los faroles, en silencio y en la oración más sentida, recorre el claustro para ser depositado en la sala capitular de las hermanas bernardas.
Agradecimientos son recíprocos entre hermandad y comunidad de religiosas; y una última oración ante el cuerpo inerte de Cristo Salvador, ponen fin a dos horas de emociones muy hondas y de sentimientos a flor de piel.

Se terminó el Sábado Santo. Abrazos compartidos, esfuerzos recompensados y lágrimas que brotan de lo más hondo del corazón.

Sólo queda esperar, esperar unas horas, a que llegue el alba, el clarear del nuevo día, del Domingo … porque llegará la Resurrección y la Vida.

Vida que en este año 2020 adquiere una especial relevancia para todos nosotros.

Roberto Alonso Gómez.
Hermano de la Cofradía del Santo Entierro
Valladolid, Sábado Santo 11 de Abril de 2020.

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