La Cuaresma 2021, que venimos surcando, nos ofrece en la mitad de su transcurso la festividad solemne de San José, figura destacada por el Santo Padre Francisco en las motivaciones de este año. Con la intención de incentivar en el Pueblo de Dios, el sentido de quien es Patrón de la Iglesia, nos ha enviado el Papa una carta que evocamos en estas líneas.
Lo hacemos recordando que San José es patrono de la Buena Muerte, una muerte que condicionó el inicio de la misión de Jesús, quien interpelado por este hecho descubriría que su misión no era sólo dar continuidad al taller de José, sino ocuparse al fin en plenitud de las “cosas de mi Padre del cielo”. Y sin embargo hay una continuidad entre los valores vividos en el hogar de Nazaret, en el silencio del trabajo y las relaciones domésticas, y el anuncio del Reino de Dios. Sin José, sin la vida familiar de Nazaret, Jesús podría haber sido un meteorito alejado de la vida, y con José y como José, Jesús aprendió a vivir la realidad asumida desde el querer de Dios. Aprendió a vivir en plenitud la realidad encarnatoria de su misión, para hacer las cosas con sencillez, “desde abajo, desde dentro, desde cerca”.
La muerte de José si sitúa en el prólogo de la misión de Jesús, y su propio reposo tras la Cruz, es el epílogo de la misma. El evangelio recorrió los caminos de Galilea, llegó al corazón de las gentes, pero antes y después, pasó por la experiencia de tránsito (paterno en el inicio y personal en el fin). Jesús aprende de la hermana muerte, de la que “ningún viviente escapa de su persecución”. Pero Jesús, no huye de ella, la llena de sentido, cuando confía en el Dios de la vida que da el triunfo a los que en Él se entregan.
Quienes contemplamos a Cristo yacente en el Monasterio de Santa Ana, nos sentimos gozosos de poder hacerlo junto al Tránsito de San José, obra destacada del joven Goya. Miramos la imagen del patrono de la Buena Muerte, que tuvo la suerte de estar acompañado de María y Jesús; de hacerlo en el silencio de su casa, rodeado de afecto. Y una vez más nos viene a consideración, rogar a san José por tantas personas que, en este último año, en el contexto de esta crisis sanitaria, han cerrado sus ojos a este mundo. Recordamos a quienes los han abierto a la vida definitiva, con el cuidado, el cariño y la atención de los suyos, y aún a quienes lo han hecho en otros contextos de distancia de sus familias en la soledad de un centro sanitario o asistencial. ¡Ruega por ellos, san José!
Observamos en la obra de Goya, cómo José yace en un humilde lecho de un hogar sencillo. Cristo, en su tránsito, no tendrá ni lecho ni hogar propio, será José de Arimatea (un nuevo José) quien en este trance le preste su morada, sin saber de lo transitorio que sería el trance del divino inquilino.
Los apócrifos recrean escenas en la vida del Niño en el taller de José, en donde el oficio de carpintero prefigura la sombra del madero de la Cruz, ya desde la infancia de Cristo. Más allá del sentido piadoso de esas escenas en que Jesús intuye su destino, sabemos que la cruz de Jesús, su madero, no apareció de modo inusitado. Es más, bien podemos pensar que abrazado de nuevo al madero, sabía Cristo, que su dureza siempre es moldeable por el buen hacer del carpintero que le da forma y función. El madero definitivo resulta ser una cruz que abraza cielo y tierra, oriente y occidente, puente (más que paso) que une a los hombres con Dios. Hijo del Carpintero de Nazaret ¡qué bien aprendiste el oficio!
Ojalá también en esta Cuaresma podamos aprender de ti, a lijar asperezas en la vida, a tallar el hombre nuevo en nuestro corazón, a veces abrupto, recién cortado del bosque.
El Santo Padre Francisco, nos remite en su carta Corde Patris, siete rasgos de San José, en su obediencia, valentía, su fidelidad y su silencio, su fe, su aceptación y firmeza. A la laboriosidad de san José, confiamos a tantas personas que en esta crisis han perdido su trabajo, que todos puedan desarrollar su operatividad y su recibir en justicia el fruto de su esfuerzo. Concluyo con una referencia al Santo Padre en este mensaje:
José vio a Jesús progresar día tras día «en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2,52). Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13). La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros. Sabemos que la Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona. También a través de la angustia de José pasa la voluntad de Dios, su historia, su proyecto. Así, José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca.
No tengamos miedo en ceder a Dios el timón de nuestra barca, confiémosle el paso de esta noche, tras el tránsito, nos devolverá la calma. Feliz Pascua en este empeño.
Guillermo Camino, Consiliario
Goya. Muerte o tránsito de San José. Iglesia del Monasterio de San Joaquín y Santa Ana