lunes, 11 de abril de 2022

Nuestra iglesia

Cuántas veces habremos oído a gente decir cuando entra en “nuestra“ iglesia, qué bonita, qué recogida….Y es que es verdad, tenemos un iglesia muy especial, no solo por la originalidad de su forma, por los juegos de luces que hace el sol en su recorrido diario, o por el cariño con el que la cuidan las hermanas.

En 1777, las hermanas Bernardas cistercienses que habitaban el monasterio, escriben al rey, Carlos III, para informarle que su monasterio, está en ruinas y casi derruido, y aludiendo al patronato Real que tienen desde su fundación en 1596, le solicitan una reforma del mismo. El monarca encarga a su arquitecto real, Francisco Sabatini, los planos de un nuevo monasterio y en 1780 comienzan las obras.

Se trata de un obra neoclásica, algunos la consideran el más claro exponente del arte neoclásico en España, y motivos no les faltan. Las líneas rectas y la sobriedad son las características principales del exterior del edificio, que lo que busca es su presencia urbana en la ciudad. 

La fachada de la iglesia, presenta una decoración de placas lisas y molduras rectilíneas, que intentan dar movimiento y perspectiva al conjunto. Sobre el dintel de la puerta, dentro de una hornacina vemos una escultura de Santa Ana, que data del siglo XVI, que se cree que procedía del primitivo convento. El frontón que corona la fachada, lleva en el tímpano, las Armas Reales, aludiendo a ese patronazgo real que la congregación tenía desde la fundación.

Ya en interior, nos llama la atención, su “forma”, su planta, contrastado con esa decoración rectilíneo influencia del estilo herreriano, tenemos un templo con planta elíptica, muy de moda en la época en la Italia de arquitectos como Borromini. Está organizado, con pilastras de orden toscano, que sujetan un entablamento que es el origen de la cúpula ovalada y abierta con óculos y coronada por una linterna, para dar luminosidad y claridad al interior. La capilla mayor, de planta cuadrada, se corona con cúpula también, y se conecta con la elipse de la nave a través de un gran arco, que sobrepasa el entablamento, logrando así la conexión entre la elipse y el cuadrado. Este juego de figuras geométricas, le dan a la iglesia un carácter barroco típico del estilo borrominesco, que después se culminará con la decoración neoclásica típica de esa época en España.

En el lado de la Epístola de la capilla mayor, se abre el coro, con una sillería de estilo neoclásico. A lo largo de la elipse de la nave se abren seis hornacinas (tres a cada lado) separadas por pilastras toscanas, donde se abren sendos retablos decorados siguiendo la línea de la iglesia, con frontones curvos y rectos aleatorios, y pilastras jaspeadas, cubiertas de mármol verde y pan de oro. En estos retablos, vemos otra de las grandes joyas de “nuestro“ convento, los cuadros de Francisco Bayeu, en el lado del Evangelio (lado izquierdo) y los otros tres de Francisco de Goya en el lado de la Epístola (lado derecho) con representaciones de santos de la orden cistercienses. En el retablo mayor de la iglesia, vemos un conjunto escultórico, de San Joaquín y Santa Ana, que data del siglo XVIII, dentro de una hornacina, situada en medio de cuatro columnas corintias, que sujetan un gran entablamento.

La unión de todo esto, hace que este conjunto arquitectónico, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en 1955, sea tan especial, y sobre todo para nosotros los cofrades del Santo Entierro, un lugar que llama al recogimiento y la oración.

Lara González Alonso                

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