lunes, 30 de marzo de 2020

Nuestra querida plaza

Si preguntamos dónde se encuentra la Plaza de la Trinidad seguro que nos remiten a la plaza donde está ubicada actualmente la biblioteca de Castilla y León, el monasterio de San Quirce y Santa Julita y la iglesia de San Nicolás. Muy poca gente sabe que la primitiva plaza de la Trinidad fue nuestra querida Plaza de Santa Ana.

De los 90 años de existencia de la cofradía del Santo Entierro, 85 han estado vinculados estrechamente a la plaza de Santa Ana, por ser ésta la ubicación del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana de las bernardas cistercienses y su sede canónica.

En este largo período de tiempo la plaza ha sido testigo mudo de nuestra pequeña historia y, de una u otra manera, ha sido el marco físico en el que se ha desarrollado la parte pública de la vida de la cofradía, no sólo porque de ella parten todas nuestras salidas procesionales, sino, sobre todo, por acoger, desde el año 1991, uno de los actos más recoletos e íntimos de la Semana Santa de Valladolid, en concreto el traslado de nuestro titular, el Cristo Yacente, en la noche del Sábado Santo desde la iglesia a la clausura del monasterio.

Pero la plaza también tiene vida propia a lo largo del resto del año, y así ha sido desde la baja edad media. No se conservan muchos documentos que atestigüen su origen. Buceando en los textos que los historiadores locales, sabemos que en el siglo XV ya estaba constituida con un perímetro semejante al actual, con una forma más o menos trapezoidal.

Al estar emplazada entre la Plaza Mayor, lugar donde por excelencia se desarrollaba la vida pública de la entonces villa y posterior ciudad, y la iglesia de San Lorenzo, sede de la venerada Virgen de San Lorenzo, patrona de la ciudad, era un lugar transitado, ya que la población utilizaba para este desplazamiento la calle de la Pasión, porque acceder por la actual calle de San Lorenzo era más incómodo al tener que sortear la Esgueva que por aquel entonces discurría, en su ramal norte, por la Plaza del Poniente.


Por aquella época se la conocía como Plaza de la Trinidad, por ubicarse en ella el convento de los trinitarios descalzos, ocupando un solar enorme desde la esquina de la Calle María de Molina, antigua calle de Aguariza, Guariza, Boriza, pues todas esas denominaciones ha tenido, hasta la ribera de la rama sur de la Esgueva en la actual calle Doctrinos. El convento fue arruinado al ser ocupado como cuartel por las tropas los franceses en la guerra de la independencia, sufriendo un pavoroso incendio en 1809, desapareciendo definitivamente como consecuencia de la desamortización de Mendizábal.

Las reverendas madres cistercienses bernardas se establecieron en esta plaza al trasladarse desde el monasterio de Perales, en Palencia, a unas viviendas propiedad de D. Antonio de Salazar, que adaptaron a la vida monacal, consagrando su nueva iglesia en 1596. No fue fácil conseguir la autorización de las autoridades locales para permitir su asentamiento, al contar con la firme oposición de los monjes trinitarios.

Es creencia común que al desaparecer el convento de los trinitarios calzados la plaza adquiere su denominación actual, pero en el plano de Valladolid de 1778, en plena construcción del actual monasterio de San Joaquín y Santa Ana, ya figura este espacio con la denominación de Plazuela del Real Monasterio de Santa Ana, siendo en 1843 cuando ya pasó a denominarse Plaza de Santa Ana.

Por su proximidad al centro histórico de la ciudad, zona de la Plaza Mayor, Iglesia de Santiago e Iglesia de San Lorenzo, ha sido asentamiento de viviendas de familias acomodadas. A modo de ejemplo, es conocido que  en el tramo comprendido entre la calle Zúñiga y la Calle María de Molina tenían su vivienda palaciega los Boninseni, rica familia de comerciantes italianos. Con motivo de la construcción del actual monasterio, el Ayuntamiento remodeló la plaza. La casa porticada que hace esquina a la calle de San Lorenzo fue testigo de esta remodelación, que incluyó mejora en su pavimentación, reformándose el empedrado.

Pese a estar presidida la plaza por un monasterio de clausura, ha sido un lugar bullicioso. Era paso obligado para pasear por el paseo del Espolón, paralelo a la ribera del Pisuerga y lugar de esparcimiento de la población. Está documentada en actas del Ayuntamiento que en 1843 era terminal de numerosas diligencias que conectaban la ciudad con distintos puntos del reino. La ubicación del hotel Inglaterra, adosada al costado izquierdo del Monasterio, y de la pensión la Burgalesa, en el inicio de la calle de la Pasión, no fue ajena al trasiego de forasteros en la plaza.

En la actualidad es una plaza tranquila, peatonal en gran parte, que pese al cambio que supuso, a fines de la década de los setenta del pasado siglo, el cambio en su fisonomía derivada de la sustitución de un edifico singular de bajo y dos plantas, que perfectamente podía hacer sido rehabilitado, por el nuevo edificio retranqueado de siete alturas actual, en un deseo de hacer más amplia la calle María de Molina. A pesar de ello, ha corrido mejor suerte que otros lugares emblemáticos de nuestra ciudad como la Plaza de San Miguel, o la del Rosarillo que han quedado tristemente desfiguradas por la especulación inmobiliaria y el escaso respeto y consideración por la ciudad histórica.

                                                                                               Fernando Martín Pérez
             


Archivo Municipal: Plano Ventura Seco Valladolid 1738

viernes, 27 de marzo de 2020

Viaje a Sevilla (1964)

Hace años  (muchos), un grupo de cofrades había instituido la costumbre de celebrar el primer viernes de cada mes un Via Crucis en Santa Ana. No se convocaba a nadie, sino que simplemente se sabía que a las 8 de la tarde se celebraba en nuestra sede.

Al finalizar el acto se iba a tomar una cerveza y se hablaba de proyectos, -unos más descabellados que otros,- y se pasaba el rato. En una de estas charlas informales se planteó la posibilidad de ir a Sevilla a comprar las flores para nuestra carroza. Incluso, dejando volar la imaginación, se presumía que los claveles sevillanos dejarían un extraordinario olor al discurrir nuestro paso por la calles por las que transitaba la procesión del Viernes Santo.

La verdad es que la idea fue tomando cuerpo y después de muchas conversaciones se llegó a la conclusión de ir a Sevilla, ver el mercado floral y, posteriormente, realizar la compra. Por aquella época la tesorería de nuestra Cofradía tenía más telarañas que fondos y la idea se fue enfriando. Pero hete aquí que la idea había calado hondo y derivó en participar en un desfile procesional en la capital andaluza.

Después de varias gestiones,  en 1964 nos fuimos a Sevilla para participar el Miércoles Santo con la Hermandad de la Sagrada Lanzada.


Como ya había indicado, la tesorería no podía asumir de ninguna manera el costo del viaje, por lo que se le echó imaginación y se recaudaron numerosas aportaciones voluntarias para que el viaje llegara a buen fin. Hay que decir que en el año 1964 las carreteras y medios de locomoción eran los de época: malas carreteras y coches que hoy estarían en un museo.

Hubo, no obstante, alguna oposición al viaje; especialmente de D. Antonio Alonso que, preocupado por la corta duración de viaje, tenía dudas de que estuviéramos en Valladolid el Jueves Santo. El motivo: era el primer año que íbamos al Barrio de Girón, y no podíamos faltar a la cita. El viaje fue en coches de la época y uno de ellos estuvo a punto de fallar y tuvieron que pasar el Puerto de Béjar con las ventanillas bajadas porque el tubo de escape entraba en la "cabina" y se corría peligro de intoxicación. Se hizo escala en Plasencia para dormir y a la mañana siguiente continuamos para la capital hispalense.

Llegamos una esplendorosa mañana de Miércoles Santo con una climatología espectacular (habíamos dejado Valladolid con un aguanieve de los de esta tierra) y pasamos el día conociendo Sevilla y a los cofrades de la Lanzada. A las ocho de la tarde comenzó la procesión. La terminamos a las tres de la mañana y regresamos a casa, todos muy cansados y con ganas de llegar. En Salamanca se llamó a D. Antonio Alonso para que no estuviera preocupado (no había teléfonos móviles) y por fin llegamos a Valladolid.

Era el primer año que íbamos a Girón y fuimos solos, sin representaciones ni pueblo fiel que nos acompañara, salió a recibirnos D. Teodoro,  a la sazón párroco de San Pío X, con apenas una docena de señoras; el barrio en aquella época apenas tenía unas bombillas por iluminación y aquello tenía un aspecto bastante pobre. Pero hay que decir que la cara de satisfacción de D. Teodoro por haber ido hasta allí suplió cualquier aspecto negativo.

Ya dentro de la iglesia, y sentados en los bancos, discretos codazos a los que habíamos vuelto de Sevilla nos devolvían al mundo de los "despiertos" porque estábamos verdaderamente triturados del viaje.

Esto no deja de ser una rápida pincelada del viaje a Sevilla. Podría escribirse muchísimo más porque hubo muchas anécdotas del que fue un viaje memorable e inolvidable.
               
                                                                                       Juan Marcos Ortega



Fotografías: http://www.lanzada.org

jueves, 26 de marzo de 2020

Una procesión permanente en clausura… Una tarde de Sábado Santo

Siempre he considerado necesario relacionar la espiritualidad de las cofradías de Semana Santa y la que se ha vivido y se vive en los ambientes monásticos y conventuales desde hace siglos. No lo digo porque las cofradías sean una clausura, ni mucho menos. Al revés, su vocación es bien contraria. Beben, sin embargo, de unas fuentes semejantes, de una actitud de meditación, penitencia y caridad, en torno a la muerte de Cristo en la cruz, de atención a los necesitados, pero también de herencia hacia la fe comunicada por los mayores. En mi condición de historiador, había escrito en 2005 un libro que se tituló “La procesión permanente de Pasión”, en el cual descubrí como autor y después a los lectores que se acercaron a sus páginas, ese ambiente de meditación que existía en las entonces numerosas clausuras vallisoletanas. Lo que pude experimentar el pasado Sábado Santo 2019 con la cofradía del Santo Entierro de Valladolid me confirmó, de manera vivencial, lo que había planteado como hipótesis y había llegado a concluir en aquel libro.

Debo aclarar que esta cofradía cada año invita a un amigo vinculado con la Semana Santa de la ciudad para participar en una procesión realmente emocionante: el Santo Entierro de Cristo, la devolución de la imagen del Cristo Yacente de Gregorio Fernández a la clausura de las madres cistercienses del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana. Existe, desde mi punto de vista, una interesante simbiosis entre esta cofradía nacida en Valladolid en 1930, hace noventa años y en pleno gobierno diocesano del arzobispo Remigio Gandásegui, y la propia comunidad de monjas, hijas de san Bernardo, el llamado “Doctor melifluo”. En toda esta trayectoria histórica, salvo alguna otra posibilidad que se planteó en los primeros tiempos, para la vida procesional de los cofrades del Santo Entierro resulta imprescindible la mencionada e impresionante imagen de Gregorio Fernández. Sin embargo, esto no podía ser un mero préstamo. Era menester una convivencia espiritual entre ambas partes. Hace muchos años, se empezó a realizar el Domingo de Resurrección esta devolución de manera solemne, en un amago procesional. Hoy cuenta con su propia liturgia.

Convenientemente ataviados, y con muchos gestos perfectamente estudiados, partimos de la iglesia del nuevo clasicismo, el desarrollado en el siglo XVIII, de este convento de Valladolid. La tarde de Sábado Santo era apacible aunque con algún viento que permitía un movimiento solemne de los paños, como se decía en los cortejos procesionales antiguos, paños enlutados con los cuales cada uno ocultábamos el traje de cada día para ser todos iguales pero en ocasión especial ante Cristo ya muerto, bajado de la cruz, depositado en un sudario y camino del sepulcro. Aquella procesión que ha abierto su circunferencia urbana,  todavía lo podía hacer mucho más por las calles de Valladolid, porque cuenta con características para ello. Es un cortejo de enterramiento, con paso lento y silencioso, roto en ocasiones por un desgarrado sonido de viento. Nuestro semblante era sereno y aventajado, esto último con respecto a los que hace más de veinte siglos protagonizaron aquel entierro de Cristo que resultó muy austero y casi clandestino: nuestra fe nos conduce a la vida, a la celebración de la Pascua.

Al llegar a la Plaza de Santa Ana, la palabra predicada tuvo su lugar, su espacio, su momento, gracias al ministerio pastoral de mi querido amigo y sacerdote Guillermo Camino. Esta Plaza es auténtico atrio del espacio monástico de siglos, antes de producirse la entrada en la clausura, que es sepultura de este Cristo Yacente que no volverá a salir a la calle hasta el año que viene por el comienzo de la primavera. Y de nuevo, la solemnidad, el silencio, para la entrada por la puerta reglar. Nosotros con él, encaminando nuestros pasos por el claustro, donde la luz de esa tarde apacible se ha escondido, solamente iluminada cada estancia por los faroles, con el arrastrar de los hábitos de la cofradía, casi más propios de los caballeros de las órdenes militares; con las sombras monacales, con las monjas vestidas con la solemnidad que proporciona la cogulla. Su trayectoria discurrió por el claustro procesional, que esta última ha sido la función que estos espacios han tenido en los conventos y monasterios, además de articular los lugares de convivencia y de celebración de la casa. Finalmente entramos en el coro bajo en el cual la imagen fue depositada en el suelo, mientras las monjas que conforman la comunidad se encontraban en cada uno de los sitiales de la sillería, espacio coral para la alabanza a Dios. Estamos dentro de la clausura, del otro lado de la reja que desde la iglesia habíamos contemplado.

Así pues, el historiador lo vivió con ojos de observación, apuntando cada gesto porque nosotros solamente trabajamos con algunas catas del pasado y para llegar a conclusiones debemos aprender a “pensar históricamente” con una nueva mirada. El cofrade se sentía en familia, en medio de sus hermanos de la cofradía del Santo Entierro que le habían invitado a compartir, en esa tarde, la intimidad de su vida de devoción más cercana, casi tocando cada uno de los poros de esa piel en madera del Cristo sufriente. El vallisoletano se veía confirmado en su percepción: esta es una ciudad bella que debemos saber descubrir, abarcar, comprender, leer en cada una de sus piedras; una ciudad de pequeños rincones, de grandes impresiones, de espacios ocultos. El cristiano había participado de una meditación sobre el mayor acto de amor que Dios ha tenido para con nosotros, un tiempo para el silencio, exterior e interior, casi para hacer aquello que nos recomienda el Evangelio en el principio de cada Cuaresma: cada vez que quieras orar a tu Padre que está en los cielos, no te muestres de pie en las Plazas y de pie, como rezan los hipócritas. Ellos ya han recibido su paga. Cuando quieras orar a tu Padre, busca tu cuarto, cierra la puerta y entra en lo secreto y tu Padre que ve en lo secreto, te lo recompensará.

El Cristo Yacente vuelve a su cuarto, en el secreto y silencio de su clausura, a la intimidad de su cofradía, bajo la custodia de quién lo encargó hace siglos, las monjas cistercienses de San Joaquín y Santa Ana, las hijas de San Bernardo. Les aseguro que cada vez que he pasado desde entonces por aquella Plaza, que entro en aquella iglesia, que observo esa puerta reglar, no puedo olvidar lo que contemplé y viví en la tarde del Sábado Santo de 2019. No solo doy testimonio de ello sino que especialmente me muestro agradecido a mis hermanos cofrades por haberlo vivido junto a ellos.


Javier Burrieza Sánchez
Profesor Titular Historia Moderna
Universidad de Valladolid

lunes, 23 de marzo de 2020

Trazado irregular

Queridos cofrades, queridos amigos

A lo largo de la vida el ser humano va creciendo física y psíquicamente. Desde el punto de vista físico ese cambio queda reflejado en aspectos externos como pueden ser la altura, el color del pelo, la masa muscular o la madurez en el rostro... Esos aspectos debemos de cuidarlos llevando una vida saludable, una buena alimentación, ejercicio físico.

A nivel psíquico también se evoluciona y se va teniendo conciencia de ese (nuevo) “yo” que estaba escondido y que empieza a salir a partir de la adolescencia, y es en ese punto cuando uno empieza a crecer como persona, si bien es cierto que esos primeros pasos requieren de un acompañamiento y cuidado constantes. ¿Y cómo cuidamos ese aspecto más interior? Con una vida saludable (interna), una buena alimentación (de espíritu) y ejercicio... mucho ejercicio (oración).

Lo malo es cuando se confunde (o se mezcla) lo externo con lo interno, pudiendo caer en el error de creer que una realidad externa alimenta nuestro espíritu casi tanto o más que un momento de oración en silencio. Son inseparables ambos aspectos, eso es evidente. Pero son realidades totalmente diferentes.

Raro es el camino de la madurez que seguimos en línea recta o en llano. La vida no es un trazado regular  (gracias a Dios). Tiene muchas curvas, y subidas, y bajadas, y más curvas...pero todo ello hacia una meta, un objetivo, el que cada uno se haya marcado. Es posible, casi con total seguridad, que para llegar a ese objetivo se modifique la ruta elegida en más de una ocasión. Unas veces por elección propia, otras por recomendación de alguien de confianza y otras por imposición o causa de fuerza mayor.

Así es el camino de nuestra querida Cofradía, un trazado irregular, con sus aspectos externos y sus aspectos internos y tienen los dos una importancia fundamental, y ambos por el mismo motivo: LA IDENTIDAD.

Por el qué se nos conoce, y cómo lo cuidemos es la base del camino hacia esa madurez. Cada Junta de Gobierno se marca sus objetivos, incluso diferenciándolos en cada legislatura. Y en cada momento se hace especial hincapié en algún aspecto, ya sea externo o interno. Pero sin perder un ápice de esa identidad.

En el momento actual que nos ha tocado vivir, momento de cambios y reformas, se hace aún más importante mantener la identidad de nuestros cultos y nuestras procesiones, siendo conscientes de quiénes somos y hasta dónde queremos (o podemos) llegar.

Es por ello que desde esta Junta de Gobierno os pedimos más que nunca trabajar juntos en ese camino, haciendo nuestros, con nuestra forma de ser y hacer, cada uno de los actos que realizamos y cada salida procesional, porque a cada uno se le ha dado no sólo un aspecto externo cuidado, sino un profundo sentido interno. Un por qué lo hacemos y lo sentimos así, tan nuestro.

La imagen del Yacente entrando por primera vez, desnudo, el primer día del triduo, en el interior de la iglesia, la oscuridad del templo de San Lorenzo durante el rezo de la XII estación del Ejercicio del Via Crucis del Viernes de Dolores, la imposición del sudario a Cristo Yacente tras la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor o ese recorrido, entre faroles alzados, de nuestro Titular por la penumbra de la clausura del convento... todos estos momentos forman parte de nuestra identidad, de nuestro crecimiento hacia la madurez como cofradía.

Habrá más reformas, habrá otras Juntas de Gobierno, seremos más o menos cofrades, pero siempre tendremos el mismo objetivo en el camino: mantener nuestra identidad. Y esto lo conseguiremos primero cuidando nuestro aspecto interno y externo como cofrades del Santo Entierro, de forma individual, para luego poder ponerlo en práctica en el conjunto de toda la Cofradía. Así una identidad de cofrade individual, surgida de unas bases comunes, se transforma en identidad de toda una Cofradía cuando se recorre el mismo camino junto a nuestro Señor Yacente.
                                     
                                                                                   Jesús González Expósito, Presidente



sábado, 21 de marzo de 2020

Disponer para Jesús un nuevo sepulcro

“Lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro nuevo”

Feliz y comprometido camino hacia la Pascua. Siempre en novedad hacia el sepulcro nuevo. En el contexto de las novedades que estas próximas semanas nos traen, no dejamos de solicitarnos la creatividad para acoger las iniciativas de la reorganización de la Semana Santa en Valladolid. De un modo especial sentimos que tradición y novedad van hermanadas en la Pascua de Cristo. Toda su Pascua es novedad: nuevo fue su sepulcro y nuevo quedará, nuevos su sudario y vendas y nuevas permanecerán, y seguirán marcadas por la novedad de la resurrección para siempre. Sentimos la lógica de que la continuidad nos dé seguridad, y a la vez sabemos que es necesario situarnos ante la novedad como quien integra, madura y avanza. La Pascua conlleva ese equilibrio. Y con ese deseo es bueno que acojamos esta próxima Pascua.

Pascua es novedad, y a la vez es continuidad del gran Misterio de la Vida. Continuidad cada domingo, pues en él se renueva la Pascua, y a la vez novedad, porque el Misterio de Cristo renueva la vida, su Espíritu que nos ayuda a situarnos ante el compromiso.

Jesús mismo vivió la Pascua en novedad. Nuevo era el pollino que estrenó en Ramos, nuevo el brindis convertido en sacramento en la Cena de Pascua. Nuevo será su sepulcro en medio de tanta rutina…en la violencia de su muerte. Los crucificados eran sometidos a una rutina, la de aquellos que bien sabían lo que hacían: el modo como eran crucificados, cómo se prolongaba su dolor, cómo eran desenclavados y despojados en fosas comunes. Para los discípulos amigos, la memoria de Jesús debía salir de esa rutina y recibir el honor de su veneración.  Tenía que ser sepultado en un sepulcro nuevo. De esta forma dieron también cumplimiento con total exactitud a la profecía de Isaías: (Is 53, 9)"Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte." La esperanza en la resurrección guiaba aquella decisión, si el cuerpo de Jesús hubiera sido arrojado en una fosa común,  habría sido imposible verificar su resurrección, pero una tumba vacía sí que servía como una evidencia clara de la resurrección.

Así aquellos dos amigos fieles trasladaron el cuerpo de Jesús envuelto en una sábana hasta "un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno" (Jn 19, 41), excavado en la roca en un huerto cercano.  Diligentes y con premura ungieron el cuerpo antes de depositarlo en la tumba. Como era costumbre entre los judíos, lavaron el cuerpo  para después envolverlo en los lienzos con especias aromáticas. La iconografía del Santo Entierro ha guardado la memoria de los ungüentos utilizados:  la mirra y los áloes que había traído Nicodemo. Así al mezclar los lienzos con esta mixtura,   éstos quedaban pegados al cuerpo de Jesús formando una momia, tal y como se describe en el evangelio de Juan al referir el episodio de la resurrección de Lázaro. Llegados a este punto podríamos pensar que tal y como muestra nuestra imagen titular, el Santo Cristo representa el momento justo en que habiendo sido lavado el cuerpo acaba de ser colocado sobre el sudario. La santa cofradía inicial se dispondría a ungirlo. Acompaño en esta ocasión el presente saludo con dos imágenes de Raúl Berzosa, pintor contemporáneo, que nos muestra el doble ejercicio de aquellos primeros cofrades: colocar a Cristo en un sepulcro nuevo y ungirlo como Señor.



Puede resultar un ejercicio de piedad pensar qué de bueno le damos al Señor. Qué de buen perfume y aroma hay en nuestra vida para que sea nuevo ungüento que dignifique su espera de la mañana pascual. El propio Cristo nos dijo en la penúltima Cena, en Betania, que debemos ungir su santa presencia en los pobres, en los que se manifiesta su espera resucitadora de dignidad y justicia. ¿Cómo ungir al Ungido en sus ungidos? La respuesta es fácil: con la caridad que hace nuevas todas las cosas. Feliz y Santa Resurrección.

                                                                                               Guillermo Camino, Consiliario


sábado, 14 de marzo de 2020

Suspendidas nuestras procesiones de Semana Santa

La Junta de Gobierno de nuestra Cofradía informa a los cofrades, devotos y amigos, que han quedado suspendidas todas nuestras procesiones de Semana Santa, así como todos los actos y cultos cuaresmales. Queda cerrada también nuestra oficina, hasta nuevo aviso.

Elevamos nuestra oración al Señor, en su advocación del Santo Cristo Yacente, y a su Santísima Madre, la Virgen María, por todas aquellas personas enfermas y fallecidas debido al Coronavirus COVID-19, así como a sus familiares y amigos.

Hacemos un llamamiento a nuestros cofrades para que vivan con fe el tiempo de Cuaresma, como preparación para la celebración de la Pascua, siguiendo las indicaciones de las autoridades eclesiásticas de nuestra Diócesis.



viernes, 13 de marzo de 2020

Suspensión de actos y cultos cuaresmales


La Junta de Gobierno de la Cofradía, reunida en sesión extraordinaria, ha acordado, en atención a las recomendaciones dictadas por la Consejería de Sanidad de la Junta de Castilla y León, suspender todos sus actos cuaresmales. Así mismo, la iglesia permanecerá cerrada y se suspende el horario de oficina.

En atención a la evolución de la epidemia y de las instrucciones que se nos den por parte de los órganos competentes, se informará en su momento de la celebración, o no, del resto de nuestros actos y procesiones y de la reapertura de la oficina.

Desde esta Junta de Gobierno consideramos que estas decisiones son difíciles de tomar, pero creemos que debe anteponerse la salud de las personas a cualquier otra cosa.