lunes, 4 de abril de 2022

Mensaje del Consiliario


Nos gustaría cerrar de un modo definitivo el paréntesis que, en estos dos años, ha limitado la expresión pública de nuestra pertenencia a la Cofradía. Cerramos este paréntesis y abrimos un gran signo de exclamación, para expresar que juntos volveremos a manifestar públicamente los signos de espiritualidad de nuestra Cofradía.  A nivel personal, iremos preparando en estos días nuestro hábito para que pueda expresar su dignidad por el Santo Descanso de Cristo. Actualizaremos el cuidado de los enseres de la Cofradía, y así puedan expresar su fin al acompañar nuestros recorridos por las calles.  Pero sobre todo dispondremos nuestro corazón, para poder compartir la devoción que al Santo Cristo Yacente tributamos.

Tras este bienio de pandemia, la Iglesia, como comunidad universal, nos invita estos dos años 2021-2023 a reflexionar en conjunto como creyentes. Una propuesta intensa que nos lleva a considerar cómo hacer una Iglesia más participativa, en la que se manifieste la comunión para la misión.  A esta experiencia le llamamos: Sínodo.  El término Sínodo, aún no recogido en el diccionario de la Real Academia de la lengua española, quiere expresar esta condición de cristianos que vivimos en camino. No solo peregrinos con una meta, sino llamados a hacer un camino juntos y juntos alcanzar el común destino. La experiencia sinodal en estos meses, nos ha revelado la importancia de pensar como creyentes nuestra valoración sobre cómo dialogamos entre nosotros mismos en el seno de la comunidad. Cómo es este diálogo ante los retos pastorales con que la sociedad contemporánea nos interpela y nos invita a dar una respuesta acertada en los distintos campos de misión. Cómo invitamos a otros para ampliar nuestra convocatoria y acogida de nuevos rostros.

La presencia pública en nuestras calles en esta próxima Semana Santa es también un signo de una Iglesia sinodal de hermanos que caminan juntos, que lo hacen en sincronía, no solo marcados por el pulso de un timbal. De modo singular, el misterio de Cristo que nuestra cofradía alumbra, manifiesta ese camino de los seguidores tras la muerte de Jesús. Fue un camino que hicieron juntos desde el Gólgota al sepulcro. Fue un camino de seguidores y seguidoras, discípulos y amigos. La madre y los nuevos hijos caminaron bajo el signo de la esperanza, cumpliendo con el deber de sembrar el Cuerpo Yacente, en anhelos de resurrección. Pero el camino de aquellos discípulos continuó en la tarde del Viernes Santo, desde el jardín hasta el silencio del Cenáculo, en donde se cerraron las puertas, de aquel lugar donde apenas horas antes, Jesús había abierto la puerta de su costado, se había partido como pan y sus discípulos recibieron la llamada a confiar en el amor universal. Volvían a aquel cenáculo del que se habían levantado a prisa en el anochecer previo a la preparación de la Pascua, para seguir al Maestro hasta Getsemaní.  Cerraban las puertas por miedo a los judíos y en su interior sentían un miedo mayor: ¿su fe seguiría firme después de los acontecimientos sucedidos al Profeta herido en Cruz? 

Cuántos interrogantes pasarían por su mente y sobre todo por su corazón hasta rayar la luz del primer día de la semana.  Una mujer, María de Magdala, quien con tanto amor había ungido al amigo, abría de modo discreto aquellas puertas, poniéndose en camino de nuevo al sepulcro. La luz por fin amanecida, rasgó la oscuridad de cenáculo cuando aquella mujer volvió desconcertado a todos con la inexplicable novedad de que el sepulcro está vacío. El Evangelio de Juan, nos precisa que Pedro y el discípulo a quien Jesús amaba, fueron corriendo hasta el sepulcro. Lleno de realismo, el relato precisa que, aunque salieron juntos, cada uno llegó a su ritmo. Pedro, quedó un tanto rezagado respecto al discípulo amigo de Jesús, quien, no solo por mejores condiciones físicas o entrenamiento, llegó primero al sepulcro, pero no atravesó el umbral. Contemplando, aguardó el tiempo necesario hasta que el renegado Pedro llegara. Las lágrimas arrepentidas del día anterior, habían abierto ya el camino para que nuevas lágrimas se convirtieran en expresión de confesión y de gozo en la fe. Ambos atónitos se rendían ante los signos de que aquel sepulcro vacío, manifestaban no un hurto, ni una desaparición. El Epitaphion, se hallaba bien colocado junto a las vendas, también estas bien dobladas.

El desconcierto de los soldados custodios, solo podía expresar novedad ansiada: ¡ha resucitado! Ahora sí, entraron juntos y vieron.

La palabra Sínodo no solo significa caminar juntos. Podríamos pensar cuántas metáforas del camino de la vida nos manifiestan que por hacer un camino juntos no por ello se alcance una misma meta, que todos lo alcancen a una vez, o que todos lo hagan desde la libertad.  

Sínodo es la termino griego, que expresa que quienes además de caminar juntos, lo hacen con el deseo de alcanzar el umbral es decir que aquel camino tiene una meta y que esa meta como umbral, invita a atravesarlo juntos. Caminar en Sínodo es por tanto entender que hay un espacio nuevo que juntos debemos estrenar y que este espacio como lugar de resurrección ha sido abierto por Cristo. Él lo ha estrenado antes de que nosotros lo alcancemos. Nos deja evidencias de esta novedad y ya no se trata solo de cortar la cinta, sino que las vendas rotas por la fuerza de la vida, sean capaces de leer nuestra propia historia y lo sucedido pues: ¡ha resucitado!

Aquellos discípulos alcanzaron un umbral que Cristo había abierto antes de que ellos se pusieran en camino. Cruzaron en sentido inverso, el espacio de alguien que lo había estrenado. Desde entonces, la pregunta sobre la Victoria de la resurrección, puede hacerse desde los caminos de la vida. No fueron ellos los que cortaron la cinta de un estreno: la puerta ya estaba abierta.  Cristo precede los espacios, los ambientes, los lugares de resurrección, tan solo se trata de tener los ojos bien abiertos y vencer la tentación de llevar a Cristo a unas nubes o a unos cielos tan alejados que no son su espacio de encuentro. 

Cada vez que las sagradas imágenes, que las diversas cofradías alumbran, salen de sus templos, atraviesan un umbral. La apertura de las puertas pone de manifiesto la emoción de quiénes las aguardan salir y el gozo, cuando vuelven a sus sedes. Esta emoción y este gozo pueden convertirse no solo en un momento emotivo, sino también, en un momento para cuestionar lo que en sí es la fe. Cristo sale a tu encuentro, Él es quien abre las puertas y cruza el umbral para acercarse a tu vida. 

Te invito a ponerte en camino y a que superes tu propia subjetividad, para hacerlo juntos. Deja que esta Pascua, te sorprenda en cada esquina de tu vida, con sus nuevos requiebros. Vuelve junto al Amigo tantas veces como creas que hay espacios que te distancien. Que los caminos de la existencia, cuestionen tu experiencia de confesión de fe en la resurrección. Ojalá de verdad sientas, que Cristo con su resurrección es capaz de llenarte de una vida más plena.                                 

Guillermo Camino, Consiliario

Acompaño este artículo con dos imágenes de Eugène Burnand, pintor suizo afincado en Francia a finales del XIX. La primera de ellas representa las dudas del Cenáculo, la segunda el camino de los dos discípulos en la mañana de Pascua. No son dos temas habituales en la iconografía cristiana. Incluso la de los discípulos camino del sepulcro está siendo muy utilizada para simbolizar el evangelio de Juan, pues todo él es como una fuerte llamada a buscar al Amigo, el Viviente.


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