Delante de tu imagen yacente,
confieso, Señor,
que vives para siempre
y eres nuestro Redentor.
Reconozco también,
que tus sendas son duras
y que es grande mi debilidad.
Por eso,
para que no decaiga mi fe,
quiero pedirte
la fuerza de tu Santo Espíritu.
Ayúdame a quitar
la dureza de mi corazón,
para que sea capaz
de corresponder a tu amor.
Robustece mi esperanza
y hazme descubrir
que siempre caminas a mi lado.
Dame tu vida,
esa misma que te libró del Sepulcro
y que está en la Eucaristía.
Y no permitas, Señor,
que nunca me aleje de ti.
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